22 sep 2008

Exactamente en el mes de septiembre del año pasado llegó a mi vida cierto ser cuadrúpedo que cambió mi forma de vivir.

Regresábamos de la fiesta cuando ahí, a mitad de la calle estaba hecho bolita y completamente aterrado un pequeño Schnauzer. Todo indicaba que estaba perdido o abandonado. Desde que me acuerdo he sido fan de los perros, muy probablemente debido a que mi papá lo es hasta la fecha y me lo inculcó desde chico.

Justamente por esa debilidad, no pude concebir la idea de un perro fino, con un corte de pelo, orejas y cola tan bien hechos, abandonado a la mitad de la calle. “Le doy asilo esta noche y segura mañana el dueño lo reclama”, cuando uno tiene un perro con esas características lo que menos quiere es perderlo así nada más.

A los 3 minutos de estarlo consolando ya sentía un lazo con él y todo se confirmó cuando así, como si lo huebra tenido en la mente desde siempre, al tiempo que lo acariciaba dije en voz baja: “Shaggy”. Una vez que nombro las cosas, creo un lazo mucho más fuerte con ellas.

De tal manera me hice de un perro. La verdad siempre había querida tener uno, pero yo mismo me lo impedía porque pensaba que no le pondría mucha atención y que mi departamento no sería suficiente para mi room-mate, el perro y yo.

Las primeras semanas recordé mucho las palabras de un buen amigo que algún día me dijo que uno nunca está preparado para muchas cosas hasta que está inmerso en ellas, supongo que eso aplica para tener un perro y hacerte cargo por completo de él. Y es que de verdad tener un perro es como tener un bebé humano, con la sutil diferencia de que el niño crece y se hace autosuficiente y el perro aunque crezca y se haga viejo seguirá siendo dependiente de su dueño.

En resumen; hoy, después de un año, soy muy feliz con mi perro.


Para comprobar eso que dicen los estudiosos de que “la historia es cíclica”, el pasado fin de semana conducía mi carro en la madrugada, más o menos en la misma circunstancia que cuando encontré a Shaggy, a unas cuadras de distancia de aquella vez, sólo que ahora apenas íbamos a la diversión, cuando cruzó la calle frente a nosotros un perro muy quitado de la pena, sólo acerté a decir a mis acompañantes “miren, un Shaggy” (cabe señalar que desde que está conmigo, llamo Shaggy a todos los Schnauzers).

Silencio de un par de segundos…No hay ningún ser humano en varios metros a la redonda, ¿estará perdido? Aplico el reversazo y comenzamos a llamar su atención. Con mucha naturalidad acude al llamado, abrimos la puerta trasera y después de dudarlo un momento, de un brinco sube al auto.

No podía contener la risa, era algo entre felicidad y nervios: ¿Rescaté a un perro perdido o en realidad me lo estoy robando? Si lo rescaté ¿qué carajos voy a hacer con él? Un perro está bien pero, dos…?

De inmediato me vino a la mente lo mucho que a mi mamá le gusta mi perro y cuántas veces me ha dicho que ella quiere uno así; listo tenemos nueva casa y dueño para el Schnauzer, le llamo y ella acepta.

Está polvoso y por mucho no tan asustado como Shaggy la primera vez que lo sostuve en mis brazos, pero sobre todo muy agradecido porque lo hayamos acogido.


Después de todo esto sólo me queda pensar que esa colonia es La tierra de los Schnauzers perdidos.