18 ene 2008

Una pequeña fortuna


Crucé la calle como todas las mañanas para llegar a la pensión en la que guardo mi auto. Ese día se me hizo un poco temprano; es increíble la diferencia de tráfico que uno encuentra si se sale diez minutos antes de lo normal.


Caminaba en el interior del lugar entre carros estacionados uno junto al otro, que dejan exclusivamente el espacio justo para que los tripulantes puedan bajar, claro, sin importar que al abrir la puerta, ésta choque con el carro de junto y provoque un puntito blanco en la pintura que muchos dirían que “sale con poolish”.


Mi mente estaba en cualquier parte lejana al lugar en el que se encontraba mi cuerpo; no recuerdo exactamente si lanzándome de un avión con un paracaídas en la espalda o en el nuevo Texas Staduim en el partido inaugural en 2009.


De pronto algo atrajo mi atención, algo en el piso hacía que la mínima fracción de mi pensamiento que estaba acompañando a mi cuerpo, para evitar que hiciera algún movimiento descoordinado, le llamara a gritos desesperados al resto, que estaba muy muy lejos. La vuelta a la realidad fue rápida y en ese mismo momento mis ojos hicieron click con mi mente; era un pequeño fajo de billetes tirado; así, solo, a la deriva. Si hubiera podido hablar estaría gritando “¡Alguien levánteme, por favor!”.


Detuve abruptamente mi marcha y miré fijamente la pequeña fortuna que yacía indefensa en el piso. El ángulo que tenía me permitía contar unos cuatro o cinco billetes de veinte pesos y otro tanto igual de cincuenta. En efecto no era mucho, pero nadie en esta vida te regala un peso, a menos que ensucies los parabrisas de los carros en los semáforos con el pretexto de limpiarlos.


Hago un diagnóstico de dos segundos para analizar la situación: Las 7:15 a.m. en la pensión en donde guardan un montonal de carros y la gente entra y sale continuamente (sobretodo a esa hora), unos $300 o $400 tirados en el piso, nadie en un radio de diez pasos de distancia.


De pronto noto algo que hasta el momento había pasado por alto; uno de los carros, el más cercano a la fajo, está encendido. Un bocho/taxi tripulado por una persona de quien sólo puedo ver su cabeza blanca. Estoy prácticamente decidido; tomaré los billetes y los gastaré en algo que no necesito pero sí deseo, aun no se qué es, no es momento de decidirlo aun, a fin de cuentas es como si me lo hubieran regalado.

Estoy ya doblando mis rodillas para alcanzar el anhelado tesoro, en ese momento noto que al interior de taxi el tripulante se mueve demasiado; voltea hacia un lado, luego hacia el otro, se agacha, busca y no encuentra, finalmente voltea por completo y miro su rostro desesperado; es un viejecillo de esos sumamente enternecedores que hasta tienen una tonalidad rosadita en la piel.


-El dinero es suyo, devuélveselo- me dice Pepito Grillo desde dentro de mí. De verdad no puedo ver sufrir al señor de esa forma, continúo mi movimiento para alcanzar el fajo y lo tomo, en seguida me levanto y toco en la ventana del lado derecho del bocho, él voltea un tanto sobresaltado sólo para ver la imagen de un muchacho que muestra un pequeño envoltorio de billetes. De inmediato se nota cómo el alma le regresa al cuerpo, baja su cristal y extiende su mano para alcanzar su dinero. -¡Muchas gracias, joven! Debo haberlos tirado al subir.- me dice aliviado.

Me doy la vuelta y me dirijo hacia mi carro, mi mente se vuelve a fugar, pero en esta ocasión para pensar en las millones de formas en las que pude haber gastado esa pequeña fortuna.

1 comentarios:

BAR dijo...

Eres taaan buena persona!!!!