27 jun 2007

He tenido momentos penosos en mi vida, situaciones en las que nunca hubiera querido estar, la mayoría de ellos son provocados por que el mundo parece confabular para que todo encaje a la perfección y uno termine completamente ridiculizado o en una situación en la que más valdría clavar la cabeza en la tierra.

El punto es que en esta ocasión el universo no comploteó en mi contra, bueno la neta no se si fue en mi contra, pero la situación es que yo no fui el personaje central del momento incomodo, en esta ocasión me tocó ser de los que, al ver completamente ridiculizado al otro, sienten pena ajena. ¿Qué pasó?

Resulta que esperaba yo a una persona en Sanborns, estaba sólo en la mesa leyendo un libro y bebiendo café (lo se, soy un lugar común con patas, sólo me faltaba tener a mi perro de raza fina echado a mi lado para ser un intelectualoide Condechi). Mi ubicación me permitía ver de frente hacia el interior de la cocina del lugar, en donde se paseaban con platos y platillos los cocineros, garroteros, pincehes y meseros.

Mi mirada clavada en el libro, mis oidos escuchando algo que quiero olvidar, a continuación lo cito lo más fielmente que mi memoria me lo permite:

Mujer 1-... pero esque a mi no me gusta así, yo prefiero con dos hombres.

Hombre- Bueno esta vez lo hacemos así y pa la siguiente invitamos otro hombre.

Mujer 2- Orale, ya no te hagas del rogar. Al principio yo estaba igual, pero ora ya me encanta.

Mujer 1- Pero si se enteran aquí se va a armar una broncota.

Hombre- Por eso tú namas no le digas a nadien.

Cabe señalar que para entonces mi atención se había centrado por completo en las voces, hasta el momento sin rostro, y mi mirada ya quería buscar a los dueños de esas palabras. Finalmente, inclinando mi cuerpo un poco hacia la derecha los encontré casi a la entrada de la cocina; se trataba de un garrotero, la mesera que unos minutos antes amablemente me habia servido café con su vestido típico que caracteriza a las que atienden las mesas en ese lugar y una que parecía ser como la supervisora o algo parecido, ya que vestía un traje sastre color azul marino y blusa blanca.

Los tres individuos estaban parados junto al carrito en el que se llevan los trastes sucios, se miraban de frente, estaban muy juntos e intentaban disque hablar en susurros para que no los escucharan. Al observar la escena más a detalle me di cuenta de que él pasaba su mano por detrás de la mesera acariciandola lujuriosamente, justo donde la espalda pierde su digno nombre y mientras tanto le decía --Ándale, no te vas a arrepentir, vas a ver que luego hasta me lo vas a estar pidiendo.--

Justo cuando el tipo colocaba su mano en el trasero de la mesera describiendo una figura cóncava con su palma, la que vestía traje sastre volteó su mirada y me descubrió en pleno espionaje. Ipsofacto quiso desafanarse de la situación y marcó distancia física con los otros dos implicados diciéndoles algo así como --A trabajar, a trabajar, dejen de estar platicando-- ¡¡Qué faaaalsa!!.

En los siguientes minutos llegó la persona a la que esperaba, lo que provocó que la acosada, que mas bien parecía estar comenzando a disfrutar la situación, regresara a tomar la orden de mi acompañante. Yo no hayaba en donde meterme, afortunadamente el libro que traía me sirvió de refugio para no tener que cruzar mirada con la seño.

En realidad no se si los tres implicados se percataron de mi intrusión pero sí estoy seguro que fue una de mis estancias más incómodas en el restaurante de los tecolotitos.
Ojala hubieran estado como los de la foto, no?

1 comentarios:

BAR dijo...

mmm...sin comentarios...