Sólo tenía diez años de edad cuando mi tía dio a luz a la que se convertiría en mi primera prima, en contra del lugar común que dice que debí haberme puesto celoso y atípicamente infantil, acepté con mucho gusto a la pequeña, a la que procuraba como si fuera el juguete de más reciente adquisición.
Darle de comer Gerber de frutas era mi pasatiempo favorito; una cucharada para ella y una para mí. Desde entonces soy fan de ese postrecito.
Conforme fue creciendo, ocurrió un distanciamiento natural, a pesar de que le ayudaba a hacer algunas de sus tareas, nunca fue lo mismo. Luego la vida puso tierra de por medio y ella fue a vivir a otro estado de la República y fue hasta entonces cuando me di cuenta de que había sucedido; ya no era una niña, estaba en la secundaria, ese simple hecho me lo daba a entender.
El paso siguiente fue darme cuenta de que entendía y disfrutaba de los chistes “para adultos”, esos que normalmente las señoras hipócritamente dicen sólo cuando están con sus amigas.
Es como cuando te sientes mal físicamente: toses, te duele la cabeza, sientes la nariz bastante fluida y estornudas con frecuencia, un síntoma viene después de otro hasta que están todos juntos. Dentro de ti sabes que tienes gripe, pero necesitas algún detonante para asimilarlo totalmente.
Sucedió exactamente lo mismo; primero su ingreso a la secundaria, luego su tema de conversación cada vez más fluido y a la vez muy adolescente, la existencia de un novio que la seguía a todas partes y un largo etcétera.
Finalmente, este fin de semana llegó su fiesta de 15 años. El detonante para confirmar lo que ya era evidente había llegado. Es como cuando de plano el malestar es tan grande que no quieres levantarte de tu cama.
Me hallé a mi mismo sentado en una mesa con mi familia, mirando con añoranza y un dejo de nostalgia las mesas repletas de chavos de entre 13 y 15 años. Esa edad en la que uno siente y está completamente convencido de que ya está grande, en la que uno se refiere a alguien de veintitantos casi como un señor, cuando la popularidad entre los amigos es de suma importancia y ésta se mide por la novia (o) que tienes, por la cantidad de rosas que recibes en Sn. Valentín, por lo cool que estuvo tu fiesta de quince, porque ya tomas y fumas.
Ahí estaba yo, mirando de cerca, pero sin participar, las clásicas coreografías que incluyen mínimamente; entrada, vals y la moderna. Numerosas veces fui parte de esos espectáculos, y en realidad lo disfrutaba, además parece que fue hace tan sólo un par de años, incluso recuerdo algunos de los pasos de los bailes. Entre otras estuvieron:
La lista revela la fecha de mis épocas de adolescente, cabe resaltar que todas las canciones estaban de super moda en el momento.
Ahora, a pesar de mi nuevo look que me hace ver unos años más joven, estoy convencido de que soy el primo grande de la quinceañera, el casi señor, el que ya trabaja y tiene carro, al que las amiguitas encuentran irresistible, pero también inalcanzable. Lo peor es que, aunque encuentro bastante agradables a algunas de las amiguitas (las quinceañeras ya aparentan tener un par de años más, si no lo creen chequen la foto de abajo), se ve bastante mal que, a esa edad, semejante labregón ande cortejando a una muchachita, además de que es ilegal.
Sin duda, los más grandes velocistas del mundo aprendieron sus dotes del Padre Tiempo y si no, deberían hacerlo.
Triste, pero cierto.
Nota: La de la foto no es mi prima.
1 comentarios:
Sr. Irresistible.- Va usted a ir a dar a la carcel si sigue haciendo esos comentarios de las niñas de 15...jejeje.
Besos
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